domingo, 26 de febrero de 2012

1.2.2. Onomatopeya

Cuando Toni me empujó de la litera desde la cama de abajo, sonó un ruido que por escrito sólo podríamos reflejarlo con una onomatopeya, una adaptación o imitación de cómo sonaría. Se oyó «blom». Aunque por el dolor de la caída, yo lo escribiría como en los cómics: ¡¡BLOOOOOOOOOOMMMMMMM!! Empecé a llorar: «Buaaaa...» Pero como nuestros padres se habían ido al bingo, tuve que levantarme y salir del cuarto mientras mi primo se reía: «¡Jajajajaja!»

Mi querida y sorda abuela dormía en un tresillo del salón: «Zzzzzzzzzzz».

Estaba oscuro y tuve que esquivar en «zig-zag» los muebles. Evité todos menos el taburete de la cocina, que lo habían sacado para que cenara en la mesilla mi prima la pequeña. Entonces lo pateé sin querer y sonó «troc», «crak», «trun». El perro de la vecina, que también era sorda, se puso a ladrar, y durante cinco minutos no se oyó más que un «guau guau» contínuo. Me hubiera gustado que viniera un león, le hiciera «groar» y del susto ya no dijera ni «pío». Desperté a mi abuela tocándole los hombros con cuidado, le conté lo de la litera y regañó a Toni:

—Como vuelvas a sacar el colchón del somier, ¡«pam», «pam»! en el culete.

Se ve que le importaba más la litera que mi esguince. Desde entonces, sé lo que es una onomatopeya.

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