martes, 17 de julio de 2012

1.2.11. Polisíndeton

Polisíndeton viene del griego:
πολύς (mucho) + σύν ("sin" en griego es "con") + δέω (atar) = atar con muchas conjunciones

Unes palabras, sintagmas o proposiciones con más conjunciones de las que harían falta en una frase normal. El efecto deseado: una cosa lentorra, en el mejor de los casos reflexiva.

- EJEMPLOS - 

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo. 
(Federico García Lorca, «Romance de la casada infiel»)

 ...después no puedes hacer nada 
ni dar cuerda al reloj, 
ni despeinarte, 
ni ordenar los papeles
(Gloria Fuertes)

Y entonces me pasé años y años y años trabajando en un curro del montón, y sacrificando a veces tiempo y juegos y oportunidades de diversión con amigos, y eso era para poder llegar allí, y dar la cara por mi sueño y poder aprender todo y que me conocieran.
(Carlos Larios, el aspirante a actor de doblaje que consiguió ser profesional y protagonista de varias películas)

1.2.10. Epanadiplosis

—¡Eh, pana! ¡Di plosis!
—Plosis.

En griego, epanadiplosis significa duplicación.
Consiste en repetir, al principio y final de una o varias oraciones las mismas palabras, una o varias. En otros sitios la llaman "epanalepsis". En otras, "ciclo", porque literalmente es un círculo, o uno de esos ciclos de pelis de James Bond que siempre vuelven a los pocos años a las televisiones autonómicas. Y en otros lugares, "redición", o sea, que lo dices otra vez.



- EJEMPLOS -
Verde que te quiero verde.
Federico García Lorca, «Romance sonámbulo»
¡Preciosa, corre, Preciosa!
Federico García Lorca, «Preciosa y el aire»
¡Maricas, vosotros sí que sois unos maricas!.
Federico García Lorca, posibles últimas palabras

martes, 28 de febrero de 2012

1.2.9. Anadiplosis o Conduplicación

Oyendo la palabra anadiplosis, lo único que puedo imaginar es una teleserie infantil de los 90: «Ana, la última diplodocus», sobre una dinosauria con gafas de sol que juega con niños. Y creedme, no es una imagen agradable. Así que con vuestro permiso, usaremos el otro nombre: la conduplicación.
La conduplicación se basa en la repetición de la misma palabra o grupo de palabras al final de un verso y al principio del siguiente.

Nadie ama solamente un corazón:
un corazón no sirve sin un cuerpo.
(José María Fonollosa, siglo XX)

“Trráeme” el palo, perro,
¡“perro trráelo ahorra”!
(Viktor Pintadinsky, siglo XX)

Si en cada estrofa se continúan las anadiplosis (¡conduplicaciones! ¡conduplicacionesssssssss!), se forma la gradación o clímax:

Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.
(Luis de Góngora, siglo XVII)

Me compré un batido de chocolate,
chocolate me ofrecieron a la puerta,
¡puerta!, les dije orgulloso,
orgulloso pero sin batido.
(Víctor Pintado, siglo XXI)

1.2.7/8. Reduplicatio / Geminatio

Estas figuras son más fáciles de intuir porque están en latín y se traducen más o menos bien.

Dentro de una oración, la Reduplicatio es la repetición (reduplicación, ¡si lo dice el nombre!) de una o varias palabras en contacto.

“Abenámar, Abenámar,
moro de la morería”
(Abenámar y el rey don Juan)


Si en vez de dos se repiten tres o más veces, digievoluciona en Geminatio. En este fragmento de «Romeo y Julieta» podemos ver una geminación:

¡Oh dolor!
¡Oh día doloroso,
doloroso, doloroso!
¡El día más lamentable,
el más doloroso que nunca,
nunca presencié!
¡Oh día! ¡Oh día! ¡Oh día!
¡Oh odiado día!
Jamás se vio un día
tan negro como este.
¡Oh día de dolor!
¡Oh día de dolor!

La mayor parte de las repeticiones están en oraciones independientes, por lo que no cuentan como reduplicaciones, sino como patetismo. La geminación era el “doloroso” triplicado. Y la reduplicación, “nunca, nunca”.

Y esto nos lleva a otra conclusión: ¿tanto odiaba Shakespeare al actor que iba a hacer de la nodriza?

domingo, 26 de febrero de 2012

1.2.4/5/6. Anáfora / Epífora / Complexio

La anáfora no es una figura de pensamiento.

La anáfora es una figura retórica de dicción.

La anáfora es una de repetición, concretamente.

La anáfora repite las primeras palabras de un verso.


Luego está la otra figura, la epífora.

Viene a ser lo contrario, la epífora.

De dicción, de repetición, la epífora.

Si repite el final, es la epífora.



La complexión: una fusión de las dos.

La complexión repite igual que las dos.

La complexión es una y a la vez dos.

La complexión tiene inicio y fin como las dos.

1.2.3. Homoiteleuton o Similidesinencia

Adaptando el vocablo griego «homoioteleuton» al español, surge el término homeotéleuton (y nos quedamos igual). Por eso a esta figura de repetición se le llama en muchos sitios «similidesinencia» (que tampoco dice nada, aunque suena a algo de símil). En ella, los sonidos finales de palabras que cierran enunciados consecutivos son iguales. O sea, que son rimas en la prosa.

No me extraña que no me sonase esta figura. Es que hoy en día, con esto de que los libros se escriben por ordenador, si a alguien le sale sin querer un pareado en un texto, cambia las palabras para no parecer informal o descuidado y ya está. De modo que no hay casi ejemplos de ahora, aunque he estado buscando una hora. Y sí, soy informal y cuando me sale un homoiteleuton lo dejo. Pero no soy descuidado, mira qué buen par de ejemplos:


"No es crimen fallado más grave que la fornicación, digna de traer al hombre a perdición."
(Arcipreste de Talavera)

“Sin haberlo deseado, ¡me ha salido un pareado!”
(Tía cursi cualquiera, todos los días)

1.2.2. Onomatopeya

Cuando Toni me empujó de la litera desde la cama de abajo, sonó un ruido que por escrito sólo podríamos reflejarlo con una onomatopeya, una adaptación o imitación de cómo sonaría. Se oyó «blom». Aunque por el dolor de la caída, yo lo escribiría como en los cómics: ¡¡BLOOOOOOOOOOMMMMMMM!! Empecé a llorar: «Buaaaa...» Pero como nuestros padres se habían ido al bingo, tuve que levantarme y salir del cuarto mientras mi primo se reía: «¡Jajajajaja!»

Mi querida y sorda abuela dormía en un tresillo del salón: «Zzzzzzzzzzz».

Estaba oscuro y tuve que esquivar en «zig-zag» los muebles. Evité todos menos el taburete de la cocina, que lo habían sacado para que cenara en la mesilla mi prima la pequeña. Entonces lo pateé sin querer y sonó «troc», «crak», «trun». El perro de la vecina, que también era sorda, se puso a ladrar, y durante cinco minutos no se oyó más que un «guau guau» contínuo. Me hubiera gustado que viniera un león, le hiciera «groar» y del susto ya no dijera ni «pío». Desperté a mi abuela tocándole los hombros con cuidado, le conté lo de la litera y regañó a Toni:

—Como vuelvas a sacar el colchón del somier, ¡«pam», «pam»! en el culete.

Se ve que le importaba más la litera que mi esguince. Desde entonces, sé lo que es una onomatopeya.